Darién una realidad olvidada

Grisel Bethancurt
Muchos me conocen por ser una periodista con un carácter fuerte y bastante decidida en la búsqueda de mis noticias. Esta vez me asignaron la tarea en el diario para el cual laboro de buscar el lado humano del Alto Tuira en Darién.
Era la tercera vez que en el diario se me asignaba concurrir a una gira en esta área apartada del país, ubicada en la frontera con Colombia, uno de los puntos más cercanos al vecino país.
En ocasiones anteriores las giras a Darién fueron dedicadas a los refugiados colombianos, pero igual los problemas de salud, educación, comunicación y alimentación eran precarios en ese entonces, les hablo de hace 3 años. También recorrí el Tuira hasta llegar a Boca de Cupe.
A raíz del hallazgo realizado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) hace 2 meses, recuerdo como mi compañero Ohigginis Arcia trajo la primicia al diario Panamá América de la muerte por hambre de infantes indígenas.
Fue así que el día del incendio en Curundú le comunique a la Ministra de Gobierno y Justicia, Olga Gólcher, que había muerto un infante de hambre en la frontera que podría tratarse de refugiados.
Necesitaba hablar con la gente de ONPAR, pero no se dio la comunicación fui casi ignorada. Allí supe que esto no se quedaría así, que podría tratarse de la tragedia que estaba afectando al departamento de Chocó en Colombia, donde muchos niños murieron de hambre por desnutrición y corrupción pública.
No pasaron muchos días y se me encomendó la labor, nos preparamos para ir al Tuira y buscamos los contactos con amigos de derechos humanos, tenía las puertas abiertas.
Mi objetivo era conocer la verdad. Y al llegar al Tuira junto a mi compañero Alejandro Méndez, el primer caso lo encontramos en el propio pueblo de El Real, donde encontramos dentro de una casita a un pequeño enfermo y con signos de desnutrición.
Solo atiné a decirle al padre, cuídelo que está lloviendo y le puede pasar algo peor.
Allí supe que las cosas no estaban bien, para los más pobres, menos los indígenas.
Navegar en el Tuira era más que una aventura, se trataba de valentía. Y al día siguiente cuando emprendimos el viaje hacia Sobiaquirú a 6 horas del pueblo de Yape, agotada por el trayecto llegamos a Boca de Paya.
Ese lugar me impresionó, allí encontré a la pequeñita Yari de 1 año, quien no caminaba debido a la debilidad provocada por el asma, y la desnutrición.
Quería cargarla, era una pequeñita nativa, indígena con ganas de vivir. Así fueron casi iguales todas las historias. Ya en Sobiaquirú reflexioné, sin luz, sin agua, tenía que utilizar en la oscuridad el río para darme una ducha, era un total retroceso, no podía creer que este fuera todavía mi país.
Cuando retorné, mis lágrimas brotaron, mi fuerza se desmoronó y solo tenía decepción, dolor, pensaba cada vez más, cómo es que estamos llenos de rascacielos, que ha sucedido con los dineros del Canal de Panamá, dónde está esa plata, pensé de todo.
Por eso pedí volver a visitar a Yari, esta pequeñita, quería verla de nuevo, las caritas inocentes de sus hermanitas era algo conmovedor.
No paré de pensar en una tragedia si la comida no llegaba, y el sufrimiento de estos panameños entre ellos niños, esto me agobia. Ver como el cacique cazó un gatosolo para más de 60 personas no lo podía creer. Este sería el alimento hasta para Yari, quien necesitaba cremas, leche, vitaminas.
Al retornar a la ciudad estaba casi en "shock" me sentía en una selva de cemento.
Simplemente al escribir mi nota, la forma más directa de decir lo que vi, fue describirlo como lo sentía en primera persona, para que hubiese un cambio para que la gente entendiera lo que estaba sucediendo, escribí con el corazón.
Luego de saber que nos habían desmentido en Colón una comitiva de Gobierno, mis lágrimas volvieron a brotar y allí dije, estoy inspirada, voy a seguir narrando el sacrificio de muchos que están tan lejos haciendo una labor encomiable por estos niños.
Este sábado 5 de mayo sonreí nuevamente, cuando a través de una llamada me informaron desde Yape que ya habían 2 maestras en Matugantí y que las cosas estaban mejorando.
Pero aún no dejo de pensar en el maestro que hace falta en Boca de Paya, en la pequeña Yari y su situación precaria de salud. Ojalá Dios escuche las voces humildes de ayuda de estas comunidades indígenas que están siendo marginadas porque no se constituyen en parte importante del país, al no estar muchos siquiera registrados y otros ni siquieran figuran como votos electorales.
Yo sigo orando por ellos, y esperando la mirada de amor de muchos panameños que quieran ayudarles.
Era la tercera vez que en el diario se me asignaba concurrir a una gira en esta área apartada del país, ubicada en la frontera con Colombia, uno de los puntos más cercanos al vecino país.
En ocasiones anteriores las giras a Darién fueron dedicadas a los refugiados colombianos, pero igual los problemas de salud, educación, comunicación y alimentación eran precarios en ese entonces, les hablo de hace 3 años. También recorrí el Tuira hasta llegar a Boca de Cupe.
A raíz del hallazgo realizado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) hace 2 meses, recuerdo como mi compañero Ohigginis Arcia trajo la primicia al diario Panamá América de la muerte por hambre de infantes indígenas.
Fue así que el día del incendio en Curundú le comunique a la Ministra de Gobierno y Justicia, Olga Gólcher, que había muerto un infante de hambre en la frontera que podría tratarse de refugiados.
Necesitaba hablar con la gente de ONPAR, pero no se dio la comunicación fui casi ignorada. Allí supe que esto no se quedaría así, que podría tratarse de la tragedia que estaba afectando al departamento de Chocó en Colombia, donde muchos niños murieron de hambre por desnutrición y corrupción pública.
No pasaron muchos días y se me encomendó la labor, nos preparamos para ir al Tuira y buscamos los contactos con amigos de derechos humanos, tenía las puertas abiertas.
Mi objetivo era conocer la verdad. Y al llegar al Tuira junto a mi compañero Alejandro Méndez, el primer caso lo encontramos en el propio pueblo de El Real, donde encontramos dentro de una casita a un pequeño enfermo y con signos de desnutrición.
Solo atiné a decirle al padre, cuídelo que está lloviendo y le puede pasar algo peor.
Allí supe que las cosas no estaban bien, para los más pobres, menos los indígenas.
Navegar en el Tuira era más que una aventura, se trataba de valentía. Y al día siguiente cuando emprendimos el viaje hacia Sobiaquirú a 6 horas del pueblo de Yape, agotada por el trayecto llegamos a Boca de Paya.
Ese lugar me impresionó, allí encontré a la pequeñita Yari de 1 año, quien no caminaba debido a la debilidad provocada por el asma, y la desnutrición.
Quería cargarla, era una pequeñita nativa, indígena con ganas de vivir. Así fueron casi iguales todas las historias. Ya en Sobiaquirú reflexioné, sin luz, sin agua, tenía que utilizar en la oscuridad el río para darme una ducha, era un total retroceso, no podía creer que este fuera todavía mi país.
Cuando retorné, mis lágrimas brotaron, mi fuerza se desmoronó y solo tenía decepción, dolor, pensaba cada vez más, cómo es que estamos llenos de rascacielos, que ha sucedido con los dineros del Canal de Panamá, dónde está esa plata, pensé de todo.
Por eso pedí volver a visitar a Yari, esta pequeñita, quería verla de nuevo, las caritas inocentes de sus hermanitas era algo conmovedor.
No paré de pensar en una tragedia si la comida no llegaba, y el sufrimiento de estos panameños entre ellos niños, esto me agobia. Ver como el cacique cazó un gatosolo para más de 60 personas no lo podía creer. Este sería el alimento hasta para Yari, quien necesitaba cremas, leche, vitaminas.
Al retornar a la ciudad estaba casi en "shock" me sentía en una selva de cemento.
Simplemente al escribir mi nota, la forma más directa de decir lo que vi, fue describirlo como lo sentía en primera persona, para que hubiese un cambio para que la gente entendiera lo que estaba sucediendo, escribí con el corazón.
Luego de saber que nos habían desmentido en Colón una comitiva de Gobierno, mis lágrimas volvieron a brotar y allí dije, estoy inspirada, voy a seguir narrando el sacrificio de muchos que están tan lejos haciendo una labor encomiable por estos niños.
Este sábado 5 de mayo sonreí nuevamente, cuando a través de una llamada me informaron desde Yape que ya habían 2 maestras en Matugantí y que las cosas estaban mejorando.
Pero aún no dejo de pensar en el maestro que hace falta en Boca de Paya, en la pequeña Yari y su situación precaria de salud. Ojalá Dios escuche las voces humildes de ayuda de estas comunidades indígenas que están siendo marginadas porque no se constituyen en parte importante del país, al no estar muchos siquiera registrados y otros ni siquieran figuran como votos electorales.
Yo sigo orando por ellos, y esperando la mirada de amor de muchos panameños que quieran ayudarles.
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